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sábado, 19 de julio de 2025

El Origen Histórico del Pueblo Israelita

 

El Origen del Pueblo Israelita

Lic. Wagner Ramírez Arroyo, Profesor de Estudios Sociales e Historia

El presente escrito tiene como objetivo explorar el origen del pueblo israelita desde una perspectiva estrictamente histórica y arqueológica, dejando de lado las interpretaciones teológicas tradicionales basadas en textos religiosos. Se abordará el surgimiento de los primeros asentamientos israelitas en las Tierras Altas de Canaán, a partir del siglo XIII a.C., hasta la deportación de sus descendientes a Babilonia en el siglo VI a.C. El análisis se fundamenta principalmente en los estudios de los historiadores israelíes Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, cuyas investigaciones han cuestionado los relatos bíblicos como fuentes históricas fiables. Comprender el verdadero origen histórico de los pueblos permite desmontar narrativas religiosas que, a lo largo del tiempo, han servido como justificación para invasiones, desplazamientos forzados y actos de violencia genocida, tal cual lo vivimos hoy en Palestina.

La Estabilidad Política de Canaán a Mediados Edad de Bronce

El término Canaán designa una antigua región situada en lo que hoy comprende los territorios de Israel, Palestina, Líbano, el oeste de Siria y Jordania. Esta zona, también identificada como parte del Levante Mediterráneo, formaba parte del denominado Creciente Fértil, una franja de tierras fértiles ubicada estratégicamente entre Egipto y Mesopotamia. Durante la Edad de Bronce Media, Canaán estuvo conformada por una red de ciudades-estado independientes que, si bien mantenían autonomía política, compartían una base cultural común y se encontraban bajo la constante influencia de los grandes imperios circundantes (Finkelstein & Silberman, 2003).

A comienzos del segundo milenio a.C., ciudades como Laquis, Megiddo, Jasor y Ugarit alcanzaron un notable desarrollo, reflejado en su compleja organización urbana. Según Finkelstein y Silberman (2003), estas ciudades contaban con palacios, templos, murallas defensivas y sistemas administrativos avanzados. Este florecimiento fue posible gracias a su ubicación en rutas comerciales estratégicas, así como al intercambio cultural con civilizaciones vecinas como Egipto, los hititas y las potencias mesopotámicas.

Sus economías se sostenían principalmente en la agricultura, el control estratégico de rutas comerciales y el pago de tributos. Además, producían cerámica, objetos de metal, tejidos y participaban activamente en el comercio de vino, aceite y productos de lujo. Finkelstein y Silberman (2003) también señalan que las sociedades cananeas estaban fuertemente jerarquizadas, con élites gobernantes, castas sacerdotales, una clase trabajadora sujeta a tributos y personas esclavizadas. Su religión era de carácter politeísta, con un amplio panteón que incluía deidades como El, Baal, Anat, Ashera y Yahvé, entre otros.

Las lenguas cananeas autóctonas de la región pertenecían a la familia semítica y estaban estrechamente emparentadas entre sí. En cuanto a la escritura, coexistían un sistema cuneiforme de influencia mesopotámica (ugarítico) y un alfabeto consonántico local conocido como proto-cananeo, considerado uno de los antecedentes del alfabeto fenicio y de la escritura israelita.

Inestabilidad Política de Canaán a Finales de la Edad de Bronce

Después del siglo XIII a.C., la dinámica geopolítica en Canaán comenzó a transformarse. El progresivo debilitamiento de la presencia egipcia en la región, las incursiones de pueblos extranjeros conocidos como los "Pueblos del Mar" y la expansión de nuevas potencias en el norte, como el Imperio Asirio, contribuyeron al inicio de un periodo de inestabilidad política (Finkelstein & Silberman, 2003). Al mismo tiempo, se intensificaron las tensiones sociales dentro de estas ciudades, alimentadas por las exigencias tributarias impuestas por las élites locales, muchas veces en colaboración con potencias dominantes como Egipto.

Según Finkelstein y Silberman (2003), las desigualdades sociales, reflejadas en la concentración de tierras, la explotación del trabajo agrícola, el reclutamiento forzoso y el privilegio de las castas dirigentes, generaron descontento entre los sectores subordinados. Estas condiciones propiciaron conflictos internos como disputas dinásticas, levantamientos populares, guerras civiles y movimientos migratorios hacia zonas menos controladas.

Durante este periodo, muchas ciudades como Megiddo, Jasor y Laquis fueron destruidas, dejando evidencia arqueológica de conflictos que incluyen revueltas internas, invasiones externas y el colapso de las redes comerciales internacionales (Finkelstein & Silberman, 2003). Este colapso marcó el inicio de la Edad del Hierro y favoreció la aparición de nuevas poblaciones en las tierras altas, como los primeros israelitas, los filisteos en la costa oeste y, al este del río Jordán, los moabitas y amonitas.

Pastores Nómadas o Agricultores Ganaderos Sedentarios

Las tierras altas de Canaán corresponden a la región montañosa del interior del antiguo territorio cananeo, que se extiende de norte a sur a lo largo del centro de la actual Palestina e Israel, y que está estrechamente vinculada con el origen del pueblo israelita.

Aunque estas tierras fueron ocupadas por poblaciones nómadas desde tiempos prehistóricos, los primeros asentamientos sedentarios surgieron hacia el año 3500 a.C. y perduraron hasta aproximadamente el 2200 a.C., cuando la mayoría fueron abandonados, dando paso nuevamente a un período dominado por pastores nómadas. Posteriormente, alrededor del año 2000 a.C., se produjo una segunda oleada de colonización sedentaria, más intensa que la anterior, que dio origen a unos 220 asentamientos, algunos de ellos fortificados, y con una población estimada de hasta 40.000 habitantes. Esta fase de ocupación terminó hacia el 1500 a.C., momento en que las tierras altas volvieron a ser habitadas predominantemente por grupos nómadas (Finkelstein & Silberman, 2003, p. 116).

La tercera y definitiva oleada sedentaria inicia alrededor del año 1200 a.C., cuando, de manera repentina, surgieron unas doscientas cincuenta comunidades asentadas en las cumbres de las colinas. Según Finkelstein y Silberman (2003, pp. 111–112), la mayoría de estos asentamientos no superaba el tamaño de media hectárea y estaban habitados por unas cincuenta personas adultas y una cantidad similar de niños. Alrededor del año 1000 a.C., la población total en las tierras altas había alcanzado aproximadamente las cuarenta y cinco mil personas.

El tránsito de un estilo de vida nómada, centrado en el pastoreo, hacia una existencia sedentaria basada en la agricultura y la ganadería, puede entenderse como un mecanismo de adaptación característico de los pueblos del Próximo Oriente. En contextos de presión fiscal elevada o de reclutamiento forzoso durante periodos de guerra, las comunidades tendían a optar por el nomadismo en regiones de difícil acceso para las autoridades. En cambio, en tiempos de estabilidad política y reapertura del comercio, la vida sedentaria se volvía nuevamente atractiva. Esta flexibilidad, según explican Finkelstein y Silberman (2003, p. 120), se sustentaba en el hecho de que una parte significativa de la población mantenía vínculos con la actividad pastoril, lo que permitía recurrir a ella según lo exigieran las circunstancias.

Mientras las ciudades-estado de las tierras bajas cananeas contaban con excedentes agrícolas que podían destinar al intercambio, los grupos nómadas de las tierras altas cubrían sus necesidades mediante el comercio con ellas. En épocas de escasez, estos pueblos podían verse obligados a adoptar nuevamente una vida sedentaria para asegurar su subsistencia. De este modo, diversos factores externos condicionaron que estas poblaciones alternaran entre el nomadismo y la sedentarización, en función de las circunstancias históricas y económicas (Finkelstein & Silberman, 2003, p. 121).

El libro del Génesis presenta numerosos relatos que reflejan la tensión entre dos modos de vida contrastantes: el de los pastores nómadas y el de los agricultores sedentarios, fundadores de ciudades. Esta dicotomía se manifiesta en episodios como el conflicto entre Caín y Abel, la construcción y destrucción de la Torre de Babel, el asentamiento de Abraham en Canaán, la ruina de Sodoma y Gomorra, así como en los enfrentamientos entre los patriarcas nómadas y los reyes cananeos.

Los Israelitas Primitivos

Las principales actividades económicas de estas comunidades eran la agricultura de subsistencia, con cultivos de trigo y cebada trabajados con ayuda de bueyes, así como la producción de vino y aceite de oliva. También practicaban el pastoreo de cabras y ovejas, y elaboraban cerámica sencilla y tosca. Según Finkelstein y Silberman (2003, pp. 112–113), durante este período no hay indicios de un culto religioso organizado, aunque la presencia de estatuillas de bronce sugiere prácticas de adoración vinculadas al panteón cananeo. Las aldeas no muestran señales de estar fortificadas ni de haber estado en conflicto con otras ciudades, y permanecían aisladas tanto de las principales rutas comerciales como de las esferas de influencia de las grandes potencias imperiales.

Esta tercera oleada de población en las tierras altas de Canaán puede identificarse como el origen de los primeros israelitas, debido a la continuidad cultural que más adelante se observa en el Reino de Israel. No existe evidencia que sugiera que estos grupos provinieran de Egipto o Mesopotamia. Por el contrario, como señalan Finkelstein y Silberman (2003), eran pueblos cananeos de tradición nómada que decidieron establecerse en aldeas en busca de mejores condiciones de vida.

Con el tiempo, comenzaron a desarrollar características culturales propias que los fueron diferenciando de sus vecinos. Este periodo representa una fase de transición, en la que comunidades dedicadas al pastoreo adoptaron progresivamente prácticas agrícolas y una vida sedentaria. Se trata de un fenómeno que no fue exclusivo de los futuros israelitas, sino que también ocurrió de manera simultánea en otras regiones de Canaán y del Próximo Oriente.

Estos asentamientos rurales fueron evolucionando progresivamente hasta convertirse en un reino burocrático, con ciudades, pequeños pueblos y disputas dinásticas. Ya en el siglo VIII a.C., las tierras altas albergaban dos reinos diferenciados, Israel y Judá, con una población estimada en unas 170.000 personas. Finkelstein y Silberman (2003, p. 117) explican que el éxito económico de estos asentamientos, basados en la agricultura y la ganadería, se debió al aprovechamiento de un terreno particularmente apto para el cultivo de uvas y olivos, lo que permitió la producción de vino y aceite de oliva. Estos productos eran comerciados con las regiones de las tierras bajas cananeas y exportados principalmente a Egipto.

La Identidad Israelita

Los patrones de nomadismo y sedentarismo de los pueblos cananeos presentan notables similitudes entre sí. Según Finkelstein y Silberman (2003, p. 122), la evidencia arqueológica y literaria indica que los israelitas compartían múltiples rasgos culturales con otros pueblos de la región, como los amonitas, moabitas y edomitas. Su estilo de vida, el diseño de sus viviendas, la alfarería, el idioma e incluso las prácticas religiosas politeístas eran prácticamente indistinguibles.

No obstante, una diferencia significativa emerge en los hábitos alimenticios. Investigaciones arqueológicas han demostrado que, a finales de la Edad del Bronce, los habitantes de las tierras altas cananeas, donde surgirían las comunidades israelitas, no criaban ni consumían carne de cerdo. Esta práctica se mantuvo durante toda la Edad del Hierro y se convirtió en un rasgo distintivo persistente, incluso hasta el colapso de los reinos de Israel y Judá (Finkelstein & Silberman, 2003, p. 122).

El origen de esta tradición aún resulta incierto para los historiadores y antecede a las prohibiciones escritas a partir del siglo VIII a.C. Todo lo que se puede afirmar al respecto continúa siendo especulativo. Sin embargo, lo que sí es seguro, según Finkelstein y Silberman (2003), es que esta práctica constituye la expresión identitaria más antigua demostrada arqueológicamente entre los antiguos israelitas, remontándose al siglo XIII a.C.

Los Filisteos

Entre los pueblos con un papel destacado en los escritos religiosos y cuya existencia cuenta con respaldo histórico y arqueológico, destacan los filisteos. Su presencia en Canaán tuvo un impacto significativo en las culturas cananeas. Este grupo de origen egeo, vinculado a los llamados “Pueblos del Mar”, no se estableció en la costa de Canaán hasta poco después del año 1200 a.C. En ese periodo, la ciudad de Gherar, hoy identificada con Tell Hasor, era apenas una aldea de escasa relevancia durante la Edad del Hierro I. Blázquez Martínez y Cabrero Piquero (2004, p. 20) señalan que no fue sino hasta finales del siglo VIII e inicios del VII a.C. cuando adquirió mayor importancia al convertirse en una ciudad fortificada con funciones administrativas, entrando en conflicto con el reino de Judá. Sin embargo, no existe justificación para identificar a los antiguos filisteos con pueblos contemporáneos del Próximo Oriente, ni mucho menos para respaldar acciones militares actuales basándose en rivalidades del pasado remoto.

El Imperio Asirio

La influencia del Imperio Asirio en Canaán a partir del siglo XI a.C. fue profunda y duradera. Durante varios siglos, los asirios ejercieron un control político y militar sobre numerosos reinos de la región, sometiéndolos a vasallaje mediante campañas militares y alianzas forzadas. Entre estos reinos se encontraba el de Israel, cuyo territorio finalmente desapareció como entidad política independiente en el siglo VIII a.C. debido a las conquistas asirias.

Este dominio asirio no solo afectó la estructura política, sino que también dejó una huella cultural significativa. Muchas costumbres, leyes, topónimos y nombres de personajes mencionados en el libro del Génesis reflejan esta influencia asiria, evidenciando la permeabilidad cultural de la región ante el poder hegemónico de este imperio (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004, p. 20). La interacción entre los pueblos cananeos y el Imperio Asirio contribuyó a la transformación social, religiosa y administrativa de Canaán, preparándola para las posteriores etapas históricas.

El Reino de Israel

El surgimiento de Israel como reino está envuelto en una considerable oscuridad histórica, principalmente debido a la escasez de fuentes documentales fiables. Según Blázquez Martínez y Cabrero Piquero (2004, p. 22), la mayoría de los relatos y genealogías presentes en los textos religiosos carecen de respaldo arqueológico y presentan un marcado carácter anacrónico. Por ello, en este apartado nos limitaremos a exponer únicamente aquellos hechos que pueden ser considerados históricamente verificables.

No existe ninguna mención al reino de Israel en las inscripciones egipcias ni en los célebres documentos de Tell el-Amarna, fechados desde el siglo XIV a.C. hasta el XII a.C., los cuales describen con detalle la situación política y social de Canaán. Esta ausencia constituye un indicio relevante de que, para esa época, aún no existía el mítico reino de Israel mencionado en los textos religiosos (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004, p. 22).

Además, excavaciones arqueológicas recientes demuestran que, en el siglo X a.C., Jerusalén era apenas un pequeño asentamiento rural, sin construcciones monumentales ni indicios de una capital poderosa o unificada, lo cual respalda esta visión crítica, según Finkelstein y Silberman (2003, p. 135). La mención más antigua al reino de Israel proviene de la Estela de Tell Dan, fechada alrededor del año 850 a.C. En esta inscripción, erigida en honor a la victoria de Hazael, rey de Damasco, sobre el rey de Israel, se lee en arameo: “Maté a Joram, hijo de Ajab, rey de Israel, y maté a Ocozías, hijo de Joram, de la casa de David” (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004, p. 36). Este hallazgo evidencia que, ya a mediados del siglo IX a.C., existían tanto el Reino de Israel en el norte como el Reino de Judá en el sur, gobernado por descendientes de David.

Otra evidencia contemporánea proviene de la Estela de Mesa, una inscripción en escritura cananea que narra la conquista de Moab por Omri, rey de Israel, y posteriormente el triunfo de Mesa, rey de Moab, sobre el hijo de Omri. De estas dos inscripciones concluimos que fue hasta el siglo IX a.C. cuando el reino de Israel alcanzó una conformación suficiente para ser relevante geopolíticamente en la región de Canaán. Antes de este periodo, no existen evidencias que permitan hablar de un reino fuerte o consolidado en las tierras altas (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004).

Para el siglo IX a.C., el reino de Israel presentaba las características de un Estado desarrollado, con un aparato burocrático y una clara estratificación social. Contaba con importantes centros urbanos fortificados, como Megiddo y Samaria, fundada en el siglo IX a.C. y capital del reino, lo que reflejaba su poder político y económico (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004, p. 41). La producción y exportación de aceite de oliva constituían una actividad próspera, siendo transportado en vasijas de barro sobre asnos, evidenciando un comercio tanto interno como externo, así como el acceso a bienes de lujo.

El reinado de Acab fue especialmente significativo en la historia del Reino de Israel, no solo por su prosperidad, sino también por su influencia regional. En el año 853 a.C., Acab participó en la batalla de Qarqar contra Salmanasar III, rey de Asiria; en esta alianza coaligada contra la expansión asiria se le atribuye la contribución con aproximadamente 2,000 carros de guerra, un reflejo del considerable poder militar del reino en ese momento (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004, p. 42).

En la ciudad de Samaria, arqueólogos han descubierto más de 200 placas de marfil talladas en estilo fenicio y decoradas con motivos egipcios, que formaban parte de la decoración de los palacios de la nobleza israelita. Además, se ha encontrado evidencia de un sofisticado sistema de documentación comercial en varios sitios, incluyendo Samaria, Jerusalén, Laquis, Mesad, Hashavyshu y Khirbet Ghazza, y se sabe que el máximo nivel de riqueza y prosperidad del reino se alcanzó durante el reinado de Jeroboán II, poco antes de la caída del reino (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004).

La conquista asiria del 722 a.C. no solo significó el fin del reino de Israel, sino que también tuvo profundas consecuencias para la región. La población de las principales ciudades israelitas disminuyó drásticamente debido a las deportaciones masivas implementadas por los asirios. Durante el asedio, muchas ciudades fortificadas sufrieron destrucciones significativas al intentar resistir los ataques. Sin embargo, una vez consolidado el control, los asirios se dedicaron a la reconstrucción y repoblamiento del territorio, destacándose especialmente Megiddo, donde erigieron palacios con un marcado estilo arquitectónico asirio (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004, p. 43).

El Reino de Judá

No hay evidencia histórica de que los reinos de Israel y Judá hayan formado una unidad política en algún de su historia como sugieren los libros religiosos. Las inscripciones halladas en Tell Dan indican que, durante el siglo IX a.C., eran dos entidades políticas estrechamente relacionadas, pero con líderes distintos. El rey histórico más antiguo conocido de Judá fue Ocozías, miembro de la casa de David, quien combatió junto al reino de Israel contra el rey de Damasco.

Aunque ambos reinos se desarrollaron de forma paralela, es evidente que Judá estaba mucho menos desarrollado que Israel. Según Blázquez Martínez y Cabrero Piquero (2004, p. 44), incluso en el siglo IX a.C., Judá no contaba con ciudades fortificadas, palacios suntuosos ni templos, y no hay evidencia de que poseyera un sistema de escritura. Su población era aproximadamente diez veces menor, y Jerusalén no era más que una modesta aldea. La religión practicada en la región era fundamentalmente politeísta, donde Yahvé era solo una de las muchas deidades del amplio panteón cananeo. En esta región, existían altares al aire libre donde sacerdotes de distintos dioses realizaban sacrificios y quemaban incienso; además, era común el uso de estatuillas metálicas que representaban diosas madre asociadas a la fertilidad.

El panorama de Judá cambió notablemente tras la caída del reino de Israel en manos de los asirios durante el siglo VIII a.C. Según Blázquez Martínez y Cabrero Piquero (2004, p. 44), la evidencia arqueológica muestra un aumento significativo de la población alrededor de Jerusalén, acompañado por la construcción de murallas y torres de vigilancia. En Judá, las parcelas agrícolas crecieron y varias aldeas se transformaron en ciudades. Es evidente que muchos habitantes de Israel huyeron hacia Judá, contribuyendo al progreso demográfico, cultural y material del reino, cuyo número de habitantes llegó a alcanzar los 120,000. Sin embargo, otro factor relevante fue la cooperación proveniente del Imperio Asirio, que impulsó la riqueza de la élite gobernante, aunque esta alianza no tardó en generar tensiones.

Durante el reinado de Ezequías (726–698 a.C.) se impuso por primera vez el culto exclusivo a Yahvé en el templo de Jerusalén, prohibiéndose la adoración de otros dioses en todo el reino de Judá. Ezequías rompió además el vasallaje con Asiria y se alió con Egipto, lo que provocó una fuerte y destructiva campaña militar por parte de Asiria contra varias ciudades de Judá. Para evitar la destrucción de Jerusalén, tuvo que pagar un elevado tributo y rendir obediencia a Senaquerib, rey de Asiria, en el año 701 a.C. Tras su muerte en 698 a.C., se restableció el pluralismo religioso en Judá, que volvió a aprovechar la cooperación asiria para iniciar una campaña de conquista hacia el oeste contra filisteos y edomitas, controlando una ruta de comercio importante por donde circulaban artículos de lujo, inciensos y aceite de oliva, situación que el imperio veía con buenos ojos (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004, p. 46).

Durante el reinado del rey Josías (639–609 a.C.) se llevó a cabo una importante reforma política y religiosa, cuyo objetivo principal fue la centralización del poder religioso y político en Jerusalén. En este contexto, el culto a Yahvé fue declarado nuevamente oficial y exclusivo, otorgando únicamente a sus sacerdotes la autoridad para realizar sacrificios y recaudar ofrendas. Como parte de esta reforma, se redactaron libros históricos y religiosos que legitimaban la supremacía política de Judá sobre Israel, presentando las invasiones de Judá por Canaán como una conquista legítima de la “tierra prometida”, dada por derecho divino por ser el pueblo escogido de Yahvé (Blázquez Martínez & Cabrero Piquero, 2004, p. 26).

La política expansionista y militar de Josías, inicialmente respaldada por el Imperio Asirio, lo enfrentó con filisteos, edomitas, moabitas y amonitas. Según Blázquez Martínez y Cabrero Piquero (2004, p. 48), estos conflictos se reflejan en los libros del Éxodo, Deuteronomio, Josué, Jueces y Reyes, textos basados en tradiciones orales que fueron adaptados a la realidad política del momento en que se escribieron. El control de las tierras de Canaán y Transjordania implicaba también dominar las rutas comerciales por donde transitaban las innovadoras caravanas de camellos cargadas con resinas aromáticas y otras especias, que conectaban la Península Arábiga con el Imperio Asirio, afectando los intereses comerciales del Imperio Egipcio, que había perdido su hegemonía en la región. Por estas razones, no es descabellado imaginar que eruditos asirios hayan contribuido en la redacción de estos escritos religiosos con fines propagandísticos.

La estabilidad política del reino de Judá llegó a su fin en el año 586 a.C., con la invasión del rey babilonio Nabucodonosor II. Jerusalén fue arrasada, el templo destruido y el reino de Judá dejó de existir como entidad independiente. Aproximadamente el 70% de la población permaneció en el territorio, dedicada principalmente a la agricultura, mientras que el resto, sobre todo la élite gobernante, la casta sacerdotal y los gremios artesanales especializados, fue deportado a Babilonia. Quienes regresaron tras el exilio ya no se identificaban como israelitas, sino como judíos, marcando así el inicio de una nueva etapa histórica y religiosa para este pueblo.

Conclusión

Los orígenes míticos descritos en los libros religiosos sobre el pueblo israelita carecen de fundamento histórico y responden más bien a necesidades geopolíticas de las élites gobernantes de Judá durante el siglo VII a.C. En realidad, el poblamiento de la región fue un proceso pacífico en el que comunidades indígenas y nómadas se fueron asentando gradualmente y evolucionaron hasta formar reinos con influencia geopolítica en Canaán. No existe fundamento histórico para creer que algún pueblo en particular tenga derecho a despojar a los demás de sus tierras mediante la violencia amparada por una supuesta autorización divina. Por el contrario, las interpretaciones religiosas del pasado han fomentado diversos actos violentos en la región de Canaán y deben de superarse.

Referencias Bibliográficas

 

Blázquez Martínez, J. M., & Cabrero Piquero, J. (2004). La arqueología israelita y la historicidad de los libros del Antiguo Testamento. Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, 17-57.

Finkelstein, I., & Silberman, N. A. (2003). La Biblia desenterrada: Nuevos descubrimientos arqueológicos que iluminan la historia de Israel. Madrid: Siglo XXI Editores.

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